Belén Funes: «Pertenezco a una generación de cineastas que hacen películas que se parecen a ellos»
La cineasta estrena 'Los Tortuga', su segundo largometraje tras la aplaudida 'La hija de un ladrón'

Hace seis años Belén Funes (Barcelona, 1984) debutó con 'La hija de un ladrón', con la que ganó el Goya a dirección novel. Ahora estrena su segunda película, 'Los tortuga', donde sigue clavando su cámara en una historia de clase desde una mirada íntima, cercana. Teje en esta película un relato de raíces y desarraigo, de duelos que pesan y futuros que se tambalean. Delia, taxista chilena en el Collblanc barcelonés, y su hija Anabel, de 18 años y que sueña con estudiar cine, afrontan la pérdida del padre y la amenaza de un desahucio que las despoja de su hogar. La película, ambientada entre los campos de olivos de Jaén y las calles de Barcelona, explora los traumas enterrados, los sueños que se apagan y las relaciones familiares que se enquistan.
Funes, con familia en Jaén y criada entre Barcelona y Andalucía, vuelca en la película esa sensación de desarraigo positivo, de pertenecer a varios lugares a la vez. «Quise que estuviera esa población catalana con raíces andaluzas, que no está muy representada», explica.
–Desde la génesis de la idea de estos 'Tortuga' hasta ver la película terminada en el Festival de Málaga, ¿cómo «evolucionó» la historia en su cabeza?
–El proceso de escritura duró casi cuatro años, y fue largo y complejo. Cuando empezamos a escribirlo, sabíamos que queríamos una película con su ADN en la división entre dos territorios, Barcelona y Jaén, porque eso forma parte de mi vida, ya que mi familia es de Jaén. No queríamos que fuera algo aleatorio o solo un paisaje, sino que estuviera en el hueso de la película. Escribir un guión es como desencriptar la historia, descifrarla para entenderla y ponerla en papel. La película mutó muchísimo, tomamos caminos sin salida, nos equivocamos y tuvimos que volver atrás.
–Hay partes de la historia que le tocan, aunque solo sea en lo territorial de una manera casi biográfica. ¿Hubo una cercanía especial con la historia?
–No es una película autobiográfica, no cuenta mi historia. Hay elementos que tienen que ver con mi vida, como la división entre Jaén y Barcelona, o que la protagonista quiera estudiar Comunicación Audiovisual y tenga ambiciones artísticas, que conectan conmigo. Pero no explica mi historia personal. Cuando escribes, es importante agarrarte a cosas de tu intimidad, pero en este caso, no es mi vida contada a lo largo del tiempo.
–¿Somos los periodistas un poco pesados al buscar conexiones entre la película y tu vida?
–No, es normal. Pertenezco a una generación de cineastas que hacen películas que se parecen a ellos. Me parece bonito que haya una nueva forma de hacer cine donde el autor esté presente, aunque no sea al 100%. Aunque no sean películas autobiográficas, ponerse presente en la película y buscar elementos que sean tuyos, que puedan formar parte de esa ficción, me parece muy interesante.
–¿Se puede hacer un cine que no sea personal?
–Claro, la cartelera está llena de cine que no es personal. Hay muchos tipos de cine con diferentes cometidos. No todo el cine tiene que ser intimista o de autor. Debe haber cine de entretenimiento, cine más personal, y todos debemos convivir. No todo tiene que ser súper personal.
–¿Es todo el cine necesario?
–No sé si soy la persona indicada para decirlo, pero creo que el cine, incluso el comercial que no es mi favorito, es necesario para la supervivencia de las salas y del cine como ritual. Somos parte de un ecosistema donde todos somos necesarios para que el sistema sobreviva. Lo que no me parece necesario son los discursos de extrema derecha o de odio. La falta de posicionamiento político también es un posicionamiento.
–Habla de los movimientos migratorios en la película, que siempre han existido. ¿Por qué incluirlos?
–Somos un país con un flujo increíble de movimientos migratorios, especialmente intranacionales, como la migración masiva de Andalucía a ciudades como Madrid o Barcelona. Esto forma parte de la historia de España, pero está poco contado en el cine. Quise reflejarlo porque es importante en nuestra construcción como sociedad.
–Este es su segundo largometraje. ¿Sintió una presión especial por cómo sería recibido?
–Sí, todos sentimos esa presión. Hacer una película es como volver a la casilla de salida, una revalida constante. Hay una tensión de supervivencia como cineasta, como si estuvieras en un videojuego donde todo puede acabarse. Lo ideal sería hacer cada película como si fuera la primera, pero no es posible porque ya tienes una trayectoria. Es un sistema frágil, porque financiar películas es complicado y fallar no siempre es fácil de asumir.
Algunos directores dicen que lo difícil no es la segunda película, sino la tercera. ¿Cree que el cine se mira de forma finalista, centrándonos en los hitos y olvidando los huecos entre ellos?
–Sí, la vida del cineasta está en los huecos: escribir, preproducir, rodar, montar. La estrenas y va bien o mal, pero la vida son esos días de trabajo. Tendemos a ser finalistas, como si el resultado validara o invalidara el proceso. Desprenderse de esa idea es clave para el crecimiento personal. Porque esos huecos son los momentos en los que estás viviendo.
–Hay cierta mirada nostálgica marcada también por la generación de La gran crisis de 2008. ¿Influyó la crisis en su forma de mirar el mundo y el cine?
–Salí de la universidad en 2008, cuando empezó la crisis, y me siento parte de una generación desencantada. Problemas como el acceso a la vivienda están relacionados con esos años, pero no se han hecho muchas películas sobre ese periodo. Todavía sentimos el dolor de esa crisis, y hay un desencanto político y social que está en la película.
–La película también habla del campo, del ir y venir.
–Tiene que ver con mi experiencia entre Barcelona y Jaén, explorando de dónde viene mi familia. El ir y venir configura de forma particular, con un desarraigo positivo: en varios lugares hay gente esperándote. Quise representar a esa población catalana con raíces andaluzas, que no está muy contada en el cine. Es una forma de vida que quería mostrar.
–Sobre el final, sin desvelarlo, ¿cómo surgió la idea de la mirada de la niña? ¿Estaba clara desde el principio?
–La escribimos en la octava o novena versión del guión, pero teníamos miedo de que no funcionara porque dependía de dos niñas pequeñas y un adolescente. Pensamos en un final alternativo más asequible, pero nunca lo escribimos. Durante el rodaje, cuando Elvira, que interpreta a Abel, miró a su madre y sonrió diciendo «a mí también», fue un momento mágico. No le pedí que sonriera, salió de ella. El dios del cine nos protegió.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete