Vergüenza, del obstáculo a la oportunidad: cómo convertir esta emoción en algo positivo
Esta emoción ayuda a ser conscientes de cómo nos perciben los demás, lo que permite regular el comportamiento dentro de un grupo
Autocompasión: la herramienta que ayuda en la resiliencia

Piensa en la última vez que hablaste en público y sentiste que todos te miraban con juicio. O cuando publicaste algo en redes sociales y temiste que alguien lo ridiculizara. Esa incomodidad que te recorrió es un claro ejemplo de la vergüenza.
La vergüenza es una emoción que surge cuando sentimos que nuestra imagen pública está en juego, ya sea por el temor al rechazo o el juicio de los demás, o por sentir que hemos actuado en contra de nuestros propios valores. Aunque a menudo se percibe de manera negativa, la vergüenza tiene un propósito adaptativo importante: nos ayuda a ser conscientes de cómo nos perciben los demás, lo que nos permite regular nuestro comportamiento dentro de un grupo. Además, actúa como una brújula interna que nos guía para actuar según nuestros principios y valores personales.
Esta emoción no debe ser vista como destructiva, sino como un mecanismo que nos impulsa a corregir nuestras acciones cuando tememos que no sean aceptadas por los demás o cuando sentimos que hemos transgredido algo fundamental para nuestro ser. Diversos estudios sobre emociones indican que la vergüenza nos motiva a ajustar nuestra conducta, ayudándonos a aprender de nuestros errores y evolucionar en contextos sociales.
Como defiende Steven Hayes, aceptar nuestras emociones sin juzgarlas permite manejarlas de forma más efectiva. La vergüenza cumple una función adaptativa, como sugieren investigadoras como Marsha Linehan, al motivarnos a reparar errores o ajustar nuestra conducta.
Sin embargo, el problema radica en permitir que la vergüenza nos paralice o nos haga dudar constantemente de nuestro valor. Cuando cada error se convierte en una carga, la vergüenza deja de ser útil y se convierte en un obstáculo para nuestra autoestima y crecimiento.
Es crucial no ver la vergüenza como un castigo, sino como una oportunidad para reflexionar. En lugar de sumergirnos en la autocrítica, podemos preguntarnos si realmente cometimos un error grave o si la sensación de vergüenza proviene de una discrepancia entre nuestras acciones y nuestros valores. Al cuestionarnos si estamos exagerando el juicio ajeno, podemos aprender de la experiencia sin caer en la parálisis.
Por ejemplo, si sentimos vergüenza tras una presentación, podemos analizar objetivamente la situación. Hacernos preguntas de este tipo: «¿Realmente fue tan malo?» o «¿Qué puedo hacer diferente la próxima vez?» nos ayuda a soltar la carga emocional excesiva y aprender sin dejarnos dominar por el sentimiento. Esta perspectiva nos permite manejar la vergüenza de manera más saludable, sin permitir que nos defina.
Aceptar la vergüenza como una señal de que necesitamos hacer ajustes en nuestras relaciones o en nosotros mismos, en lugar de verla como un castigo, nos permite avanzar. Al adoptar este enfoque, podemos desarrollar una relación más equilibrada tanto con nosotros mismos como con los demás, fortaleciendo nuestro bienestar emocional.
La vergüenza, cuando se maneja adecuadamente, se convierte en una herramienta valiosa que nos impulsa a vivir según nuestros valores y principios, promoviendo el aprendizaje y el crecimiento personal.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete