sí o que
Los guiris pagan el doble
«¿Eres de Sevilla, no?». Responde de forma afirmativa el oriundo, como quien pisa tierra extraña. «El café entonces son dos euros, para los guiris serían cuatro»
Lunes. Cuatro de la tarde. Se rozan los cuarenta grados. Por el entorno de la Catedral apenas se ve a americanos en pantalón corto y chanclas, bronceados al rojo vivo, echándose agua por la nuca disfrutando del clima del que presume una ciudad que a ... esa hora está sólo para ellos. El sevillano intrépido, distinguido por su chaqueta y nudo gordo de función principal de instituto en la corbata, llega asfixiado a uno de los bares del entorno de la Catedral, entregado desde hace años a Guirilandia. «Este mismo», piensa, capaz ya de tomar una granizada o un caldito del puchero para calmar la sed. Escasea en ese momento la clientela, que lleva encima ya dos horas de digestión tras degustar la gran paella de plástico con sangría anunciada en la pizarra que obstaculiza la acera, tan clásicas ya de la carta que ofrece nuestra gastronomía en este enclave privilegiado. El camarero, sorprendido de la aparición, observa la facha del 'homo hispalensis' impertérrito, aguantando los kilos de la primavera postrera. Y le suelta: «¿Eres de Sevilla, no?». Responde de forma afirmativa el oriundo, como quien pisa tierra extraña con cierto telele. «El café entonces son dos euros, para los guiris serían cuatro».
Aquella revelación del hostelero, en cuyo ánimo estaba agradar en primera instancia aprovechando la ausencia de extranjeros, delató la hipocresía de un porcentaje no menor de bares situados en la zona cero de la invasión turística, a quienes el sevillano ansioso por un par de cruzcampos les molesta en las horas punta, pero al que pretenden atraer en las de la tiesura.
Lo que resulta más deplorable es certificar que hay truhanes que exprimen el auge de la ciudad para falsear la carta del restaurante y lograr el doble de ingresos con el guiri que lo que obtendrían con el de aquí. Uno comprende, entonces, las razones por las que en algunos restaurantes directamente nos echan. No somos bien recibidos en los veladores con vistas porque no tragamos con la estafa que venden. No nos engañan. Y, claro, resultamos menos rentables.
Esta picaresca descarada e innoble, que es propicio que se conozca, hunde la reputación de la ciudad si se acaba descubriendo. Como ocurre con el taxista que piensa que el guiri se chupa el dedo y da vueltas por la ciudad para llegar al destino con el taxímetro subiendo de cifra sin pausa. Esta trampa, que es propia también de otras ciudades, tiene las patas muy cortas con el Google Maps, que no sólo marca el itinerario más rápido sino que da información en tiempo real del estado del tráfico.
Que nadie se sorprenda entonces cuando los turistas bien informados comienzan a llegar ya a las tabernas clásicas que son fieles a su historia y ofrecen con honestidad una carta de calidad, se siente un sevillano o un americano. Porque no se trata de levantar muros contra los guiris, como algunos pretenden, sino de encontrar la medida exacta que permita el equilibrio entre el máximo beneficio y el mantenimiento del prestigio. Si esto sucede, aquellos hosteleros que se han perdido el respeto a sí mismos comprenderán que el fin de su estafa se aproxima, como cuando estos tunantes reabrieron en la desescalada del Covid. Recuerden, llegaron a desaparecer las cartas en inglés.
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