Pasión por los barrios
El Cerro del Águila: una identidad forjada por la Virgen de los Dolores

#cuaresma2025
Barrio, parroquia y cofradía son uno solo en este enclave con un sentimiento de pertenencia difícil de ver en otros rincones de Sevilla
La Virgen de los Dolores es el pilar sobre el que se asienta el carácter de un lugar que explota de júbilo en cuanto llega el Martes Santo
San Bernardo: el barrio que vuelve a ser lo que fue cada Miércoles Santo
Si hay un barrio sevillano que no necesita en la actualidad carta de presentación, ese es el Cerro del Águila. Este centenario enclave de clase trabajadora se erige en el extrarradio contra viento y marea como paradigma perfecto de barrio que mantiene el carácter ... familiar de sus vecinos, la naturaleza acogedora hacia el que llega de fuera y un sentimiento de pertenencia con un arraigo que ya no es común en pleno siglo XXI. Esta identidad tan marcada la vertebra incluso desde antes de su fundación la hermandad de los Dolores y va mucho más allá del ámbito cofrade y del religioso.
Aunque actualmente la ciudad ha crecido muchísimo, cuando se creó el barrio hace cien años, este estaba tan lejos del centro que no tenía nada a su alrededor. Podría decirse que la eclosión demográfica de Sevilla empezó en este núcleo que llegó a tener 22.000 habitantes, ya que, como recuerdan sus vecinos, en cada casa vivían cinco familias. Hoy ronda los 14.000 y está rodeado por otros barrios como el Juncal, Rochelambert o Su Eminencia, pero manteniendo una personalidad e identidad propia a la que ha contribuido de forma importante su hermandad de penitencia.
El tándem entre barrio y cofradía es tan indivisible que, para celebrar el centenario del primero, se decidió que saliera en procesión extraordinaria la Virgen de los Dolores, auténtico icono y eje vertebrador del Cerro prácticamente desde su nacimiento.
La advocación de los Dolores, presente desde el origen del barrio
El Cerro del Águila nació en 1922 como una barriada de clase obrera prácticamente en medio de la nada: «Cuando crece Sevilla, el único núcleo de viviendas entre San Bernardo y Alcalá de Gudaíra eran la Gran Plaza y el Cerro del Águila». Cuatro años después ya existía una capilla con el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, como explica el historiador y hermano Juan Manuel Bermúdez: «Se sabe que desde ese momento hay devoción a una imagen hoy desaparecida», pero siempre, hasta la llegada de la actual, con el mismo nombre: «La advocación de los Dolores está desde el origen mismo del barrio».
Años más tarde, ya con la talla de Sebastián Santos en la parroquia, las primeras salidas se materializaron en forma de procesiones de gloria, sin palio, que formaban parte de la velá que organizaba el barrio en el mes de septiembre

La aprobación de las reglas como hermandad de penitencia tuvo lugar el 15 de septiembre de 1987, festividad de los Dolores Gloriosos de Nuestra Señora, «si bien la hermandad estimó como prudente no realizar su primera estación de penitencia en 1988 dada la premura de tiempo para realizar los preparativos», recuerda Bermúdez. La primera vez que la cofradía llegó a la Catedral fue, por tanto, en 1989, realizando el mayor kilometraje conocido hasta la fecha y comenzando a acuñar el personalísimo estilo que hoy la caracteriza: «El Cerro es una cofradia de barrio, pero tiene una personalidad propia que recuerda a los antiguos barrios intramuros de Sevilla».











El personaje: Paquili, vestidor y autor del palio
Bien lo sabe Francisco Carrera Iglesias, 'Paquili', criado en el Cerro del Águila y alma mater de la hermandad, que en sus orígenes era tan humilde que apenas cambiaba de atavío a la dolorosa en todo el año: «Nos retrotraemos a 1974, yo era casi un niño. Recuerdo que antes el templo estaba abierto todas las mañanas, y cuando no tenía colegio me venía y me sentaba horas y horas aquí. Me di cuenta de que la Virgen no se cambiaba casi nunca de ropa, sólo un par de veces al año».
Para hacerse una idea de la situación de aquella época, la hermandad tenía 60 hermanos, no había casa hermandad ni nada parecido. «Mi ilusión era que mi Virgen estuviera en el altar esplendorosa y hacer cosas para Ella».

Las ganas de trabajar para su Virgen de los Dolores llevaron a Paquili a tocar las puertas de los talleres de Carrasquilla y Elena Caro, donde no le dejaron entrar: «Antes, los hombres dirigían, pero no bordaban». Por fortuna, una oficiala de Padilla jubilada que vivía en el barrio le fue enseñando en su casa por las tardes. «Empecé de forma altruista, yo nunca pensé que iba a dedicarme al bordado. Lo único que queria es que mi Virgen, que era de una hermandad muy humilde, tuviera enseres dignos».Y tan dignos. La mayor parte del ajuar de la imagen ha salido de la mente y las manos de Carrera Iglesias, como el techo de palio y las bambalinas, varias de las sayas o el característico manto negro de rombos bordado en oro.
Además, desde que Paquili, que tiene calle propia en el barrio, comenzó a vestir a la dolorosa siendo un chaval, no ha dejado de hacerlo. Todo por la Virgen de los Dolores: «Para nosotros lo significa todo. Quizá haya gente fuera que no entienda nuestra pasión, pero estamos hablando de identidad, de corazón. No sólo en el aspecto religioso para los creyentes, sino como parte fundamental y estructural del Cerro. Ella es el principio y el fin del Cerro del Águila».
Un momento histórico: la coronación de la Virgen de los Dolores en su parroquia
En los albores del nuevo milenio, apenas quince años después de la primera estación de penitencia, llegó la coronación canónica de Nuestra Señora de los Dolores, «uno de los momentos más celebrados y más felices de la historia de la hermandad y del barrio», como asegura el historiador Juan Manuel Bermúdez. La coronación tuvo «una serie de particularidades», como el hecho de que fue la primera imagen de Sevilla que se coronó en el lugar en el que recibe culto habitualmente, en su altar, rodeada de su gente.

Para que todos pudieran ser partícipes del acontecimiento, «se puso una pantalla en la calle de la parroquia para que todos los fieles siguieran la ceremonia». Además, el cortejo litúrgico salió de la antigua capilla provisional discurriendo ante todos aquellos fieles antes de entrar en la iglesia, cuyas puertas estaban abiertas de par en par, de forma que «la calle se convirtió en una prolongación de la propia parroquia. Fue una coronación muy popular».
El lugar más emblemático: la calle Afán de Ribera
Lo cierto es que todo en el Cerro es popular y populoso. Prueba de ello es su gran arteria, la calle Afán de Ribera, que la cofradía recorre tanto en su salida en la luminosa mañana del Martes Santo como a la vuelta. Si siempre hay un gran trasiego de gente en los comercios, el día de la estación de penitencia, cuando estalla de júbilo, no se cabe.

Así lo cuenta José Tuvilla, vecino que regentaba la papelería de la calle: «No se puede pasar de todo el personal que hay a ambos lados de la calle. Nuestros invitados tienen que estar como mínimo una hora antes de la salida. Aquí en el Cerro, el Martes Santo es de gloria».
La devoción: simbiosis entre barrio y hermandad
Todos los rincones del barrio emanan cerrismo, comenzando por su plaza de abastos. «La hermandad es el corazón del Cerro. Toda la gente del barrio es de la cofradia. Colaboramos prácticamente todo el año, en la cesta de Navidad, en la tombola de la velá», asegura Sebastián, el carnicero. Otro tendero, Manuel, lo resume de forma rotunda: «Es una simbiosis total. Barrio, Virgen e iglesia son una sola cosa».

Ya fuera del mercado, Yolanda, la hija de José, lleva adelante la papelería y se encarga por estas fechas de hacer los capirotes de media cofradía, herencia que recoge de Ferbi, un hombre muy querido en el barrio que ya falleció, pero cuyo recuerdo permanece, como el de tantos y tantos cerreños.

En el Cerro todos arriman el hombro. Que se lo pregunten a María José, impulsora del rastrillo solidario del barrio, que empezó en un pequeño local y ya va por doscientos metros cuadrados: «Lo montamos entre todas las amigas y vecinas. Cada una trae una cosa, las vendemos a un módico precio y todo lo que sacamos es para las diputaciones de Caridad de las hermandades del Rocío y los Dolores». Bastan unos minutos en el establecimiento para ver pasar a numerosas personas: «Aunque no seas creyente, la hermandad tira mucho. La parroquia y la Virgen de los Dolores son la esencia del Cerro».

Pared con pared con el rastrillo se encuentra la mercería Irene, con su bodegón cofrade en el escaparate. Allí trabaja María del Mar Montalvo, del Cerro hasta la médula: «Para mí, el Cerro lo es todo. Yo me fui un par de años y tuve que volver. Muchos se han ido, pero somos un pueblo». Miembro del servicio de cofradía, se emociona hablando de su Cristo del Desamparo y Abandono o recordando como una cofradía «a la que los primeros años no buscaba nadie» se ha convertido en un puntal de la Semana Santa de Sevilla. No siempre ha sido fácil, pero, como reza el lema de las bolsas bordadas que vende María del Mar en su tienda, el Cerro sigue andando.
Redacción: Pepe Trashorras
Imagen: Inma Guisado
Edición: Inma Guisado, Jaime Álvarez
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