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La Alberca

Los tontos del pinganillo

En Sevilla tienes más facilidad de acceso con un traje negro y un cable en la oreja que con un pase del Cecop

Alberto García Reyes

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No llegan a la dimensión de esos tontos de capirote que describió sabiamente el maestro Paco Robles, padre de tantísimas sevillanías. Pero los tontos del pinganillo también son una especie capital en el ecosistema autóctono. Si en Doñana los rocieros van a encontrarse estos días ... con ánades reales, flamencos, garzas y, con un poco de suerte, algún lince despistado, en Sevilla es fácil toparse con algún 'beefeater', varios ojanetas, el típico tieso fantasmón y, por supuesto, el tonto del pinganillo. Este gremio trabaja todo el año bien en las puertas de las discotecas, bien en el servicio de camareros de una de esas cadenas de restaurantes de delantal negro y gimnasio, bien en alguna de las cien mil procesiones con más gente en el cortejo que en el público. El tonto del pinganillo vale para una cruz de mayo, para una cofradía pirata, para cualquiera de gloria, para la salida de un simpecado, para el heraldo del barrio... Alguno vale incluso para fingir que es locutor de radio, coger un micro sin cable y ponerse a cangrejear delante de la Macarena en el convento de las Hermanas de la Cruz. Digamos que el pinganillo da más acceso al meollo que los pases del Cecop. El tonto sólo necesita un traje negro y tener muy bien ensayado el gesto de doblar el cuello lo justo mientras se lleva el dedo índice al oído y responde al silencio: «De acuerdo, recibido».

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