La Alberca
Los tontos del pinganillo
En Sevilla tienes más facilidad de acceso con un traje negro y un cable en la oreja que con un pase del Cecop
No llegan a la dimensión de esos tontos de capirote que describió sabiamente el maestro Paco Robles, padre de tantísimas sevillanías. Pero los tontos del pinganillo también son una especie capital en el ecosistema autóctono. Si en Doñana los rocieros van a encontrarse estos días ... con ánades reales, flamencos, garzas y, con un poco de suerte, algún lince despistado, en Sevilla es fácil toparse con algún 'beefeater', varios ojanetas, el típico tieso fantasmón y, por supuesto, el tonto del pinganillo. Este gremio trabaja todo el año bien en las puertas de las discotecas, bien en el servicio de camareros de una de esas cadenas de restaurantes de delantal negro y gimnasio, bien en alguna de las cien mil procesiones con más gente en el cortejo que en el público. El tonto del pinganillo vale para una cruz de mayo, para una cofradía pirata, para cualquiera de gloria, para la salida de un simpecado, para el heraldo del barrio... Alguno vale incluso para fingir que es locutor de radio, coger un micro sin cable y ponerse a cangrejear delante de la Macarena en el convento de las Hermanas de la Cruz. Digamos que el pinganillo da más acceso al meollo que los pases del Cecop. El tonto sólo necesita un traje negro y tener muy bien ensayado el gesto de doblar el cuello lo justo mientras se lleva el dedo índice al oído y responde al silencio: «De acuerdo, recibido».
Sevilla despliega su unidad de pinganilleros en la cabalgata para organizar a los beduinos, en Semana Santa para ir cerca de la presidencia y meterle la mano en el pecho a cualquiera que se acerque al paso, en la Feria para controlar el aforo de la caseta, en las salidas de las hermandades del Rocío para avisar de los cortes de las avenidas y engordar los atascos, en los partidos de fútbol para ralentizar los tornos, en el Corpus para decirle al del pinganillo de la Custodia por dónde van los carráncanos, en la explanada del Circo del Sol para que aparques dentro de las rayas de cal, en los conciertos de la Cartuja para los cacheos... Un evento sin tonto del pinganillo está abocado al fracaso. Aquí sólo funcionan los actos con operarios del cable en la oreja. Y no digo nada si además del auricular el gachó se pone una tarjetita colgada de la solapa, la que sea, da igual. Eso confiere un poderío incontestable. El pinganillo es la unidad de medida de poder de la ciudad. Un diputado mayor de gobierno sin cacharro en el oído no es nadie. Dejará como mínimo media hora en la Campana. Y qué decir de una carrera popular de barrio sin pinganilleros. Los corredores se confundirían de itinerario. Sevilla funciona gracias a ellos. Les necesitamos. Vaya por aquí nuestro más profundo agradecimiento.
Porque esta ciudad está en la vanguardia. En la Conferencia de Presidentes que se ha celebrado en Barcelona nos han copiado como antes habían hecho en el Congreso. Gloria a esos tontos del pinganillo que hablando todos español se llenan la oreja de despilfarro para poder entenderse.
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