Perdigones de plata
Funerales
La liturgia de la Iglesia en las grandes ocasiones resulta invencible
Un plan sencillo
Cornetas y tambores
Quizá sea en los funerales cuando se marcan las distancias entre las culturas, los pueblos y las civilizaciones. En este sentido, me temo que un funeral católico suele 'campeonar'. Por su sobriedad, por su dolor reconcentrado, por el luto que tiñe las almas, por el ... hieratismo seco que nos deja un rictus helado sobre la faz, por la hondura del tañido de las campanas y por el boato que envuelve las circunstancias. Frente a las muestras de histerismo proyectadas por parte de ciertas religiones, en las cuales algunos se roturan las mejillas hasta sangrar, otros disparan sus kalashnikovs a modo de pirotecnia macilenta y otros gimen mientras se revuelcan por el suelo elaborando peculiares croquetas rebozadas de espesos lagrimones, nosotros preferimos tonificar el respeto que nace del silencio.
La liturgia de la Iglesia en las grandes ocasiones resulta invencible. Por simétrica, majestuosa, poderosa, rutilante y sincera. Y esto, le parece a uno, nos concede cierta superioridad aunque a una parte de la tribu zurda le irrite. Si en otro lugares escogen la sobreactuación espasmódica, el gimoteo excesivo y, por lo tanto, artificial, aquí nos ceñimos a la pulcritud del venerable guión y al rigor del pésame. Creo que Ruano escribió aquello de «todas las pompas son fúnebres», pero un funeral sin su justa dosis de pompa, sin esos invisibles penachos de melancolía flotando sobre el féretro, se queda en espectáculo de marionetas infantiles o en baratillo de rastro. A estas alturas en las que uno ya le ha dado la vuelta al jamón, cuando me marche sólo espero que al entierro acudan los íntimos y que alguien, acaso ese amigacho irlandés, entone con sentimiento la maravillosa canción 'Danny Boy' mientras el resto brinda a mi salud. Si me remojan los labios con ese néctar que es el whisky Bushmills y no resucito, querrá decir que, en efecto, estoy bien muerto. Los irlandeses saben desde luego despedir a los suyos de una manera admirable. Los irlandeses católicos, por supuesto, que para eso son como nuestros primos hermanos.
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