diario de un optimista
Un Chernóbil verde
Se puede pensar lo que se quiera de la decisión de Trump de renunciar a las energías renovables en Estados Unidos, pero tiene toda la razón en términos de creación de nuevas actividades
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El oro árabe

El 25 de abril de 1986, la explosión de la central nuclear de Chernóbil en la Unión Soviética –Chernóbil se encuentra ahora en Ucrania– reveló hasta qué punto las técnicas de producción de energía eran anticuadas, mal controladas y peligrosas. En los días que siguieron ... a la catástrofe, los dirigentes comunistas intentaron encubrirla antes que admitir su incompetencia. Este silencio fue roto por el propio Gorbachov, nuevo líder del Imperio Comunista. ¿Tenía elección? La población local, directamente afectada, empezaba a morir y una nube radiactiva se desplazaba hacia Europa occidental: la censura se había hecho imposible. Era el comienzo de la Perestroika, o 'reconstrucción', que condujo a la implosión de la URSS.
El 28 de abril de este año, España y Portugal quedaron sumidos en la oscuridad tras un apagón general en el sistema de producción de electricidad. Aún hoy, los dirigentes de estos dos países no pueden o no quieren reconocer las causas de este accidente sin precedentes. ¿Debemos comparar estos dos sucesos, que afectaron a la producción y distribución de electricidad? Es cierto que el apagón ibérico no causó víctimas mortales, al menos que sepamos por el momento. A diferencia de la URSS, el régimen español no se derrumbó como consecuencia del apagón: no hubo 'perestroika' española ni Gorbachov firmó la sentencia de muerte de su propio reinado. No obstante, merece la pena destacar una serie de similitudes.
En los dos casos, las técnicas de producción de energía eléctrica fracasaron por un exceso de confianza. En la Unión Soviética, fue un fracaso de la energía nuclear. Y en España fue un fracaso de las llamadas energías renovables. Aunque los dirigentes españoles lo nieguen, la culpa es de las energías renovables. No por ellas mismas, sino por la incapacidad técnica, hasta la fecha, para coordinar la producción de energía solar y eólica, por un lado, y la producción más tradicional y mejor controlada de energía nuclear y combustibles fósiles, por otro. Está muy bien que los dirigentes españoles y los responsables de las empresas afectadas repitan una y otra vez que la energía solar y eólica no tienen la culpa, pero lo único que pretenden es eludir la verdadera cuestión de la utilidad de estas energías renovables.
Aparentemente, tienen el mérito de proteger al planeta del hipotético desastre del calentamiento global provocado por el uso excesivo de energías intensivas en carbono. Lo cierto es que, aunque nadie niega que el calentamiento global ha sido lento en el último siglo, no hay unanimidad sobre sus causas. No todas se deben necesariamente a la actividad humana. Y en el caso de que las actividades humanas sean realmente la causa del calentamiento global, es poco probable que los esfuerzos realizados aquí y allá, en los que los grandes contaminadores como India, China y Estados Unidos desempeñan un papel secundario, contribuyan significativamente a frenar el aumento de la temperatura ambiente.
La llamada transición ecológica de España hacia una energía sin carbono se basa, pues, en una ideología, la de los ecologistas, mucho más que en el conocimiento y la ciencia. Una ideología que de repente parece más peligrosa que redentora. Tras esta avería es seguro –y deseable– que se aplace el cierre de las siete centrales nucleares restantes anunciado por el Gobierno español. Porque está claro que España no puede depender sólo de las energías renovables; eso sería disparatado y demagógico.
Además de su dudosa utilidad, las energías renovables tienen el inconveniente de ser extraordinariamente caras. Estas inversiones no son rentables porque, como las energías renovables no son continuas ni fiables y son difíciles de almacenar, sólo pueden funcionar apoyándose en una red primaria de energía no renovable, como la nuclear. El coste financiero de esta 'transición ecológica' nunca se ha anunciado ni calculado, pero probablemente sea gigantesco. Definitivamente, la inversión en energías renovables no es rentable. Es imposible rentabilizar los equipos solares o eólicos, tanto su creación como su mantenimiento, gestión y coordinación con el resto de la red. Cabe añadir que las inversiones en energías renovables privan de recursos a todas las demás actividades económicas cuya productividad sería más tangible. El ecologismo que preside esta política de transición puede ser legítimo y respetable, pero en términos estrictamente económicos la consecuencia es una reducción de otras actividades, del crecimiento, del empleo y de los salarios.
Se puede pensar lo que se quiera de la decisión de Trump de renunciar a las energías renovables en Estados Unidos –evidentemente está equivocado desde el punto de vista de la ideología verde–, pero tiene toda la razón en términos de creación de nuevas actividades. El precio de la energía se ha convertido en el factor principal de todo crecimiento, y viceversa.
No nos sorprenda tampoco que, más de un mes después de que se apagaran las luces en la península ibérica ninguna voz oficial sea capaz de dar una explicación. Sin duda, porque esa explicación, si fuera honesta, supondría un cuestionamiento fundamental de la transición ecológica, de estrategias industriales dudosas, e incluso de la ideología que preside esa transición. El Gobierno prefiere hablar de un «fallo del sistema» y otras tonterías que no tienen ningún significado desde el punto de vista económico o científico.
Si volvemos a la comparación, sin duda excesiva, con la catástrofe de Chernóbil, quizás algún día el apagón generalizado de la península ibérica se considere un punto de inflexión en la reflexión económica e ideológica de Europa: una 'perestroika' europea. Porque, entre los grandes bloques económico , Europa es hoy el que más se ralentiza, el que no aumenta su productividad, el que frena las inversiones y la investigación. ¿Será porque el ecologismo nos empuja hacia un crecimiento cero para salvar el planeta?
Si se demostrara que esta transición ecológica salva el planeta, yo sería el primero en sumarme a ella. Pero el discurso ecológico es, por ahora, más teológico que científico. La mejor prueba de su carácter de religión revelada es que está prohibido discutirlo, salvo si se quiere pasar por criminal, asesino de la naturaleza y otras amenazas destinadas a prohibir cualquier cuestionamiento. Sin duda, habrá que esperar a una próxima crisis para que este debate sea finalmente posible: solo hay que esperar.
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