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sin punto y pelota

Cuándo nos dejaron de gustar los niños

Cuándo dejamos de querer disfrutar con la cara que pone un hijo en brazos la primera vez que nota el agua de mar

Lágrimas currantes

Sectarismo hipermiope con doble rasero

Berta González de Vega

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Hay dos niñas que construyen un dique de protección contra la marea alta con su abuelo, que por supuesto sabe que acabará derribado en tres olas y sus nietas mirarán cada embate con emoción. Hasta ese momento, ahí está la cuadrilla de la construcción efímera, ... sin más hormigonera que unas manos que cogen la arena en su punto preciso de humedad. Las risas simultáneas de abuelo y nietas suenan a movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven, a aquella canción tan cursi en la radio del Renault 18 familiar, Mocedades cantando «cuando tú nazcas, ojalá puedas ver el sol», que ahí está, poniéndoles reflejos a las olas, capturados como nadie por Sorolla en sus playas con niños. Un poco más allá, un bebé tiernecito, rollos en los muslos, duerme la siesta al lado de su padre bajo una sombrilla, el chupete puesto y los brazos por encima de la cabeza, con esa sensación de placidez que en la vida proporcionará ningún somnifero, ni después del lexatin, ni del vino blanco, ni de dar de comer al gato. En esas noches, quizás, cuando alguna lamente haber dejado pasar el tiempo en el que podía haber tenido hijos que le dieran malas noches, buenos días, unos besos y una vida diferente.

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