Dos semanas de recreación extrema como soldado de la IIGM: sin móvil, sin ducha y con hambre
Alejandro, Dorna y Samuel, apasionados de la Segunda Guerra Mundial, han viajado hasta esta ciudad checa para sumergirse en la recreación del aniversario del fin de la ocupación nazi
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Llega abatido el guerrero de vuelta a la patria; lógico tras una semana bregando en las trincheras de la vieja Europa. Alejandro Ocón Casal se pasea por la sede de ABC, en Madrid, con ojos agotados, pero con la sonrisa pícara del que se ... sabe singular. Dos décadas como militar le contemplan, ha «tragado polvo», como señala, en Somalia y en el Líbano. Pero, lo que son las cosas, entre misión y misión se zambulle en la recreación histórica como bálsamo contra la inacción. La última, de la que regresa, se ha llevado a cabo en la República Checa, y en una fecha señalada: el 80º aniversario de la liberación de Pilsen, sucedida el 6 de mayo de 1945 sin apenas bajas.
En la urbe en la que se coció a fuego lento la mítica cerveza Lager se celebran todos los años las 'Slavnosti svobody', las Fiestas de la Libertad. Una semana de conciertos, exposiciones y, como explica a este diario Ocón, una colosal recreación histórica que incluye «carros de combate, vehículos blindados» y hasta un hospital de campaña. «Es muy exclusiva. Se replica la liberación de la ciudad por parte de los estadounidenses y, durante todo el proceso, nos obligan a vivir tal y como se hacía en la época», subraya. Poca comida, mínima higiene, noches en vela... Y, aun con todo, las plazas siempre se agotan. «De los trescientos participantes, hemos acudido solo tres españoles», sentencia.
Vivir la historia
Lo suyo no es teatro; es la forma que tienen miles de personas de honrar la memoria de los que se dejaron la vida por liberar Europa de los tentáculos del Tercer Reich. «¿Que por qué hacemos esto? Por respeto a la historia. Para empezar, interactuamos con la gente y les mostramos cómo eran aquellos días. Lo que nos enseñan en el colegio no se parece a la realidad. La sociedad no empatiza con lo que pasó y con el sacrificio que tuvieron que hacer los soldados». Dolores Encarnación Navarro Zambudio, 'Dorna', de la asociación 'Army Nurse Corps S. V.', se une a la conversación, aunque a través del teléfono; su avión no pasaba por Madrid.
Dorna vive la historia, y no es un decir. Desde el 1 de mayo ha sido una de las jóvenes que ha dado vida a otra de las muchas patas de los ejércitos aliados: el cuerpo de enfermeras. Con conocimiento de causa, pues lleva años inmersa en la investigación de las 'nurses'. Y lo hace porque, para recrear algo, hay que conocerlo. «Incluso entrevisté a una veterana, Betty, de 102 años. Me encontré con ella en las celebraciones del Desembarco de Normandía y me dio las gracias. Dijo que, con nuestra ayuda, no se olvida lo que ellos hicieron», apostilla.
Ocón también admite haber recibido palmadas de veteranos por su labor. Dice estar de acuerdo con Dorna: la recreación es otro ariete más, como los ensayos o las películas, para divulgar el pasado. Y, repite, poco tiene que ver con jugar a la guerra: «Es una forma directa e inmersiva de explicar lo que pasó; en España, mi grupo, la 'Asociación Histórico-cultural ARHEM', acude a colegios como 'museo vivo'. Cuando los niños tocan los uniformes y les damos una charla, se interesan más por el tema», comenta. El conocimiento «evita que se repitan los fallos» y que «estos nos lleven al mismo resultado». Son vacuna contra los errores, vaya.

Preguntamos a Ocón por el ataque más típico que se hace a la recreación: ¿endulza la guerra? Y la respuesta viene de carrerilla, casi como si la hubiera repetido mil veces ante los más escépticos: «Los mayores pacifistas somos los militares porque no queremos ir a morir al frente. Pero, para mí, todo aquel que ha combatido por sus ideales y el bien de su país merece un respeto. Por eso, además de por todo lo anterior, participo en estos eventos». El último ingrediente para elaborar este cóctel perfecto es una pasión desmesurada por la Segunda Guerra Mundial; para qué negar lo obvio.
Preparados
Esa pasión es la que les ha llevado a prepararse de forma concienzuda para la recreación de Pilsen. Dorna, admite, quiso participar de forma voluntaria en un campamento de instrucción el año pasado para estar lista: «Fue una inmersión en el entrenamiento que hacían las enfermeras antes de viajar al frente. Me parecía necesario porque hay mucha gente que no aguantaría vivir como lo hacían entonces». Durante una semana se levantó con el toque de diana, pernoctó en una tienda de campaña y aprendió a utilizar pistolas y fusiles. «Nos llevaron al campo de tiro para entrenarnos en el uso de cinco armas diferentes. Cuando volví, me saqué sin problemas la licencia», bromea.

Tampoco tuvo problema a la hora de familiarizarse con el instrumental médico, pues lleva años dedicada a exhibir un hospital de campaña de época por toda España. Lo que más le preocupaba era superar la prueba de orientación que, ya en los cuarenta, pasaban las enfermeras: «Nos metieron en un camión cerrado, nos subieron a la cima de un monte y nos entregaron una brújula con las coordenadas a las que debíamos llegar». Anochecía, hacía frío... y, a pesar de todo, venció la marca España. «¡Llegué la primera!», celebra.
Para inscribirse, Ocón y Samuel González -el tercer español que acudió a Pilsen- se vieron obligados a acreditar que disponían de todo el equipo que portaban los soldados estadounidenses en la guerra. «Podíamos llevar un original o una réplica, pero debía ser preciso desde el punto de vista histórico», señala el primero. Durante meses, ambos recabaron desde el uniforme de infantería, hasta los cubiertos de dotación. «¡No se nos permitía llevar ni ropa interior actual! Es desesperante. Piensas, ¿quién va a ver mis calzoncillos allí?», bromea el militar. También tuvieron que afeitarse y, de haber llevado gafas, contar con una montura similar a las que usaban en 1945. Las normas son las normas.
En el frente
Así llegó la batalla -¡figurada!- para los españoles. Ocón y González pisaron los alrededores de Pilsen el 24 de abril y, al día siguiente, se encontraron viviendo como lo habrían hecho los soldados hace ocho décadas. Fueron asignados a unidades establecidas, con sus respectivos mandos, y adquirieron un rol determinado. «El mío era ayudante de ametralladora», explica el primero. Cada jornada, los oficiales les daban órdenes de avanzar, explorar o «limpiar» de enemigos un sector. «Estamos acostumbrados a las películas, donde son todo tiros. Pero no es así. En los conflictos actuales hay muchos periodos de espera, de descanso y de confusión. Eso se vive en las recreaciones», explica Ocón.
Durante días, sus privaciones fueron igual que las de cualquier soldado de a pie en la Segunda Guerra Mundial. Sin 'smartphones', sin camas... y sin la higiene actual. «Se trataba de simular en extremo una batalla. Dormimos al raso, en el teatro de operaciones. Mi única ducha fue el casco. Lo llenaban de agua, le echaban un poco de jabón, y se intentaban lavar lo máximo posible», afirma Ocón. Aunque admite que, a pesar de todo, mantuvo una de sus normas básicas: «Tengo una máxima que mantengo cuando voy de misión: lavarme los dientes siempre que puedo, aunque sea con agua de la cantimplora».



El retrete brilló también por su ausencia. «¿Que cómo íbamos al baño? Pues como se hace en el campo de batalla: coges el zapapico, cavas un hoyo, haces lo que tienes que hacer y lo tapas», explica Ocón. Y añade un dato curioso: «En la actualidad hay que tener cuidado porque la firma térmica dura veinte minutos y te pueden detectar». Como sucede en la guerra, no hubo tiempos concretos para ir al baño. Había que aprovechar cualquier momento. «¡A mí, un bombardeo simulado me pilló con los pantalones bajados!», ríe González.
La lucha contra las temperaturas, asevera Ocón, resultó igual de compleja: «Lo peor fueron las noches. Dormíamos con el uniforme; no nos lo podíamos quitar por el frío y la lluvia». Dorna tuvo más suerte; como enfermera, pernoctaba en campamento.

Todo fue igual que en la guerra, y no es un decir. «Comíamos como se comía entonces. Por un lado, había una cocina móvil, pero también raciones frías», señala Ocón. Y otro tanto sucedía con los movimientos por el campo de batalla. Durante una semana, dos bandos, aliados y alemanes, se enfrentaron con munición de fogueo. «No sabíamos dónde estaba el enemigo, ni cuándo iba a atacar. De hecho, tomaron uno de nuestros vehículos blindados en un asalto», dice.
Apenas a unos kilómetros, Dorna participaba en otras tantas actividades. «Se montó un hospital igual al que hubo tras la liberación. Además, se dieron charlas divulgativas con heridos simulados. La idea era que la ciudadanía viera lo que se vivió allí en 1945», señala. Las enfermeras y el equipo médico se turnaron para recrear los oficios del centro y mostrárselos al público. ¡Todo por la historia! Lo mejor, insiste, es que la población les recibió con los brazos abiertos. «La ciudad y los visitantes se volcaron. Acudieron a los desfiles de moda y bailes de época, a las explicaciones de material...», señala orgullosa.
Tras días de sufrimiento, el objetivo se cumplió y los recreadores liberaron Pilsen como hiciera en 1945 George Patton. «Al final, participamos en un desfile que estaba repleto de público y de autoridades», finaliza Ocón. Dorna insiste en que fue un momento de máxima emotividad: «Este año fue mucho más multitudinario que otros. Es una forma de poner en valor a los que allí murieron».
Hoy, ya de regreso, arrastran el cansancio de la recreación, pero también el orgullo de haber participado, aunque en diferido, de una historia que no debe olvidarse.
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