Romería del Rocío 2025
La devoción al Rocío son siete pasos en Villamanrique: de la gloria es peor volver
Crónica
La carreta de Espartinas dio el gran susto del día en una jornada calurosa no exenta de historias que hacen del camino, venga de donde venga, una verdad inapelable
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Érase que era una historia de amor esta primavera. La que liga una devoción universal —y si no que lo pregunten por Bruselas—, a una localidad ubicada al oeste de la provincia de Sevilla que dicen que fue la primera. Es verdad. Fueron sus huellas y lo fue su destino. El resto la vino siguiendo. Villamanrique de la Condesa es a los rocieros el paradigma de la gloria descrita por las arenas. El Finisterre andaluz donde la luz relampaguea. Una parada inexcusable hasta la aldea, porque cuando los rocieros de media Sevilla alcanza las plantas de la parroquia de la Magdalena, cada viva y cada historia cobran honra y sentido. Esta es la crónica del paso de hermandades que este jueves hicieron historia frente al primitivo Simpecado bordado en hilos de plata sobre terciopelo rojo, color litúrgico de Pentecostés, delante del cual cruzaron primeramente tierras de profunda vocación rociera como lo son Olivares, Lebrija, Morón de la Frontera, La Algaba y Palomares del Río.
Una jovencísima pitera aznalcaceña se atrevió a mirar frente a frente a su Simpecado y a levantar con sus notas el orgullo de Aznalcázar. Ahí era. Le acompañaba otra alma sevillana cuya música se fundía con los primeros aplausos en la plaza de España. No hay mayor querer que el de los manriqueños contándose al oído que ya es Rocío. De ahí las banderolas colgadas en los balcones, saetas de tela acaso primaverales que eran todo un aldabonazo de fe para quienes las recitaban cantando: el Cancelín de la gloria y todas, absolutamente todas las filiales representadas en colgaduras de distinto color. Y un rojo Villamanrique que se abría como se abrió el pesebre en Belén: «Este pueblo que es amor de par en par donde se abre el Cancelín de la esperanza, está hecho con historias y promesas del que canta del que llora y del que reza y se siente rociero en esta plaza».
Ya está aquí San Juan
«¡Y no paramos de cantar ya está aquí San Juan, y no paramos de cantar ya está aquí San Juan! ¡Que todo el mundo se entere! Ya está aquí San Juan», y ahí que fueron tantos y tantos romeros valientes combatiendo el implacable sol, la angostura del desorden de las llegadas, portando su Simpecado con candelabros de guardabrisas y cuatro angelitos que llevan a la gloria porque de la gloria viene San Juan de Aznalfarache. Y se entonó la letrilla que tanto hermana a las dos filiales: «Dos simpecados frente a frente, con dos pueblos y hermandades que vuelven a saludarse, que son Villamanrique y San Juan de Aznalfarache».

Abandonaba a la vera del Ayuntamiento San Juan, mientras a lo lejos de la calle Sor María del Coro se veían alzar las panderetas y los tamboriles que parió el Aljarafe. Mairena entraba en Villamanrique como si hubiese nacido a la sombra del Ajolí. Se postró el Simpecado con corona y un horizonte de girasoles frente a la parroquia de la Magdalena y el cante vibró a campo abierto. Rezaron en voz alta quienes se sienten tan maireneros como rocieros. Ya no había tiempo ni para respirar entre salves: cohetes espartineros hacían presagiar que otro Simpecado asomaba. Los peregrinos de Espartinas fueron remontando el vuelo como una de las más ordenadas en su porvenir y allí que fue tan singular carreta, adornada de flores y con la Virgen a relieve y sin mayor algarabía que la que concibió al Pastorcito Divino.
Lo que muchos esperaban y otros no iban a aguardar es que el cielo se llenaría de sombreros para servir de alfombra hacia la ley que sólo impone Villamanrique. Espartinas subía los siete escalones que llevan al paraíso, que en esta tierra cabe en una matita de romero y dos lazos verdes como los que luce su Simpecado. La tensión de todos se haría dueña absoluta de la bajada, cuando en el gran susto del día los bueyes remataban los últimos peldaños la carreta se descontrolaba hacia atrás en el tercer o cuarto escalón, ya no importa, y Espartinas y Villamanrique quedaban mudos a la vez, todos en vilo. Difícil explicar con palabras las lágrimas nacientes de toda la junta de Villamanrique, de todos los que lo vivimos, que se tornarían en alegría postrera, en el más infinito desahogo, porque todo volvió a la normalidad a excepción de una romera que tuvo que ser atendida. Porque los siete escalones de Villamanrique son como el Rocío: lo difícil no es subir, es bajar. Lo difícil no es ir. Siempre es volver.
Gelves era ya la siguiente y vivía en la inocencia apresurada de quien llegaba asido al amor más mariano tras las rejas de lo invisible. Lo que se atisba aunque aún no se vea. «Con la primavera, a mí me entra la alegría yo me levanto todos los días con cara de felicidad. Que ya nos vamos camino de las arenas…» y allí que iban risueños y alegres pese al retraso de la jornada global. Como iba Carmen, la gelveña más hermosa de todas las flores, porque la suya no era una flor cualquiera: era un turbante que cubría su blanca cabeza desnuda. Allí estaba la primera y se iría la última. Por ellas vaya este camino, por todas esas rocieras de la Esperanza que conocemos. Por ellas.
Sin La Puebla
Tal como iba y brincaba se iba Gelves. Llegaban más efectivos de la Guardia Civil a la zona por el susto con Espartinas, pero fuentes de coordinación en Villamanrique admitían a ABC que Coria iba a subir los siete escalones por lo civil o por lo criminal. A esto que llegaba una jovial ribereña, harta de los grados acuciantes del calor, y viendo que la plaza de España se ponía como un hervidero, soltó algo que nos cogió con el pie cambiado: «Yo creo que tengo hasta cabrillas», resumía. Del drama espartinero a la felicidad coriana en cuestión de minutos. El más puro Rocío. El lío volvía a montarse merced a los jóvenes de Coria, que animaron con sus padres y empujaron todos para que Coria tocara el cielo con las campanitas de su Simpecado. «Llenitos de sentimiento y en esta vieja escalera», apuntaba su coro tras la proeza manriqueña de subir cada peldaño y bajarlo luego, que es siempre lo más complejo. La siguiente en llegar era teóricamente La Puebla, pero con un retraso como el que llevaba el jueves en general provocó que los romeros de dicho pueblo sevillano, tan esperados siempre en Villamanrique, finalmente acudieran a almorzar al punto que ya tenían fijado y proseguir por otra verea. Otro año será. Alcalá, Mairena del Alcor, Carmona, Tocina, la Macarena, el Cerro, Ginés, Santiponce, Utrera, Dos Hermanas, Las Cabezas y Córdoba cerrarían el día de paso a cada vez menos horas para que las filiales alcancen la aldea. Lo que sí queda claro es que la fe en Villamanrique anda sólo a siete pasos y lo difícil siempre es volver.
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