Crítica de Ópera
La trilogía Tudor alcanza un destino inevitable
Lo mejor de este 'Roberto Devereux' es aquello que en primera instancia parece escaso: el angosto dormitorio el que se demuestra que todo es próximo, como si no hubiera rango ni aristocracia
Si colocásemos sobre la mesa a los personajes de 'Roberto Devereux' y los conectásemos con hilos afirmando sus relaciones personales, veríamos que todo lo que sucede en la ópera de Donizetti es muy sencillo, que la red que se forma tiene muy poca espesura. La reina Elisabetta ama calladamente a Roberto, que es amigo del duque de Nottingham. Este está casado con Sara, confidente de la reina y antigua amante del primero. Por alguna razón insensata (siempre hay un elemento no necesariamente lógico), y mientras rememoran su viejo idilio, Roberto y Sara intercambian dos objetos: un pañuelo bordado por ella y el anillo real que él recibió de su majestad. Descubrirlo será fatal. Roberto, que ya traía consigo la sospecha de la traición, morirá en la cárcel para regocijo de Nottingham. La reina devastada en sus contradicciones se encaminará hacia la debacle personal. Punto final.
«Questa sarà per me l'opera delle emozioni», dijo Gaetano Donizetti advirtiendo que la verdadera sustancia de su ópera no estaba en la trama sino en sus consecuencias. El razonamiento es todo un clásico. El ilustrado Jovellanos, por ejemplo, cuando recibió el encargo de poner en orden los espectáculos nacionales con el fin de cuidar la educación moral del ciudadano, señaló que el teatro introduce el placer en lo más íntimo del alma porque imita todo aquello que abraza el espíritu además de los sentimientos que a diario mueven el corazón humano. Es decir, la misma verdad que otorga entidad a 'Roberto Devereux': una de tantas óperas en las que tiene relativa importancia lo que se cuenta, pero cuya vigencia será innegociable mientras su música siga haciendo vibrar las entrañas del espectador.
Ópera
'Roberto Devereux'
- Música Gaetano Donizetti
- Libreto Salvatore Cammarano
- Dirección musical Francesco Lanzillotta
- Dirección de escena Jetske Mijnssen
- Intérpretes Eleonora Buratto (Elisabetta), Lodovico Filippo Ravizza (Lord duca di Nottingham), Silvia Tro Santafé (Sara), Ismael Jordi (Roberto Devereux), Filipp Modestov (Lord Guglielmo Cecil), Irakli Pkhaladze (Sir Gualtiero Raleigh), Xavier Galán (paje), Lluís Martínez (familiar de Notthingham), Cor de la Generalitat Valenciana, Orquestra de la Comunitat Valenciana
- Lugar Palau de les Arts, Valencia
- Fecha 4 junio
Se comprueba estos días en el Palau de les Arts de Valencia donde un éxito rotundo rubrica la obra, el cierre de la temporada y la conclusión de la trilogía Tudor. Comenzó en octubre de 2022 con 'Anna Bolena', siguió en diciembre del 23 con 'Maria Stuarda' y concluye ahora con 'Roberto Devereux'. En todos los casos a partir de una coproducción entre Ámsterdam, Nápoles y Valencia firmada por la directora neerlandesa Jetske Mijnssen, y donde ha sido fundamental la presencia de Eleonora Buratto, de Silvia Tro Santafé e Ismael Jordi encabezando los distintos repartos. La habitual dirección musical de Maurizio Benini ha dejado paso en la última entrega al también italiano, director y compositor, Francesco Lanzillotta.
De manera que Elisabetta canta 'Quel sangue versato' presa del furor vindicativo y el delirio alucinatorio con el que concluye 'Roberto Devereux'. Eleonora Buratto está soberbia. Voz con peso, consistentes agilidades, poderoso registro agudo y sonoras incursiones en el grave, sólido apoyo como base para la amplitud de la línea, aptitud dramática. Hay consistencia en el personaje y mucha calidad en una interpretación que se presenta más hecha que en anteriores entregas a pesar de que aquí las dificultades técnicas sean mayores. Buratto ha ido creciendo estos años, haciendo cada vez más interesante su propuesta. Y Valencia se ha convertido en un lugar de referencia en la carrera de una intérprete poderosa y racial, con capacidad para enfrentar el futuro y adentrarse poco a poco en la desolación del personaje e paralelo a la madurez vocal.
Con Buratto en Valencia, también con Silvia Tro Sanfé que juega en casa y con Ismael Jordi, el espectador de la ciudad ha dejado de ser un mero testigo para convertirse en un forofo. No hay mejor forma de crear afición. Se sigue con verdadero entusiasmo a Tro Santafé porque es un orgullo tener cerca a alguien con semejante autoridad artística, fundamento y linaje. El dúo entre Sara y su marido, el duque de Nottingham, «All'ambrascia ond'io mi struggo», es la mejor demostración de lo que puede lograrse cuando se antepone la honradez y el conocimiento. A su lado está el barítono Lodovico Filippo Ravizza, cuya voz se desenvuelve con facilidad, otorgando al personaje una presencia escénica destacada, con calidez y medida contundencia. Y en la alineación principal también aparece Ismael Jordi ofreciendo su mejor cara e interesantes matices en el tramo lírico, cuando se encuentra con Sara, y en la posición dramática a la que le lleva el diálogo con la reina. En 'Come un spirto angelico' añade el toque elegíaco que pide el papel. Ismael Jordi pisa Valencia con seguridad, sacando lo mejor de sí mismo en una actuación particularmente acertada.
Posiblemente, todos los intérpretes, también Filipp Modestov e Irakli Pkhaladze procedentes del Centre de Perfeccionamient que asesora María Bayo, y Xavier Galán y Lluís Martínez del Cor de la Generalitat Valenciana, estén de acuerdo en la comodidad ambiental que hay en esta producción. Francesco Lanzillotta es un descubrimiento a tener en cuenta. Saca de la Orquesta de la Comunitat Valencia lo mejor de sí misma, que es mucho; ofrece claridad, concentración, detalles muy es ados y, sobre todo, un cómodo ensamblaje con la escena. Su actuación puede pasar desapercibida porque es útil, pero es precisamente en ese valor en el que se centra el potencial de un foso que sostiene y examina punto por punto la tensión musical de 'Roberto Devereux'. La razón de ser de esta ópera.
Luego están las cuestiones cotidianas. Y en esto, conviene volver sobre lo ya escrito. Lo primero el potente poder astringente de la propuesta de la directora escénica Jetske Mijnssen: el sentido puritano de su ejecución, la sobriedad, lo radical y la absoluta falta de clemencia. Sin duda, para Mijnssen significa llevar la obra a un ámbito cultural en el que el disimulo forma parte del protocolo. Si el sensato Jovellanos, soñador de un teatro capaz de instruir, evocaba al corazón y a sus arritmias como vía hacia el aprendizaje moral, Mijnssen calma cualquier trastorno con acciones paliativas. Lo arrebatado está medido, la venganza se saborea a escondidas, la muerte se tolera como algo irremediable.
De manera que lo mejor de este 'Roberto' es aquello que en primera instancia parece escaso: el angosto dormitorio el que se demuestra que todo es próximo, como si no hubiera rango ni aristocracia. Hay un momento de esplendor, claro que sí, cuando el escenario se abre a un monumental parlamento en el que los lores y las damas se sientan perimetralmente en toda la extensión del escenario (y la del Palau es notable) con la reina en el centro. Pero apenas es un destello de grandeza pues, por alguna razón difusa, la inmensidad se convierte en un espacio único al que se acomoda lo doméstico, ya sea la casa Nottingham, ya el lugar en el que la reina acabará sus días torturada por el amor insatisfecho y los escarnios políticos. Atrás ha quedado la estrechez decorativa de la escenografía con la que Mijnssen explicó el dramatismo de 'María Stuarda', y la perspectiva acelerada que reflejaba con inestable naturaleza de 'Anna Bolena'. Es curioso, que cuando más se necesita, cuando el ansia, la esperanza, la angustia y la altiva dignidad se ponen en juego, todo sea inmensidad, infinitud e inconsistencia.
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