El latido barroco de la Accademia Bizantina que apunta al futuro
El conjunto musical de Bagnacavallo (Rávena), bajo la dirección de Ottavio Dantone, visitó el Auditorio Nacional de Madrid durante su gira y ABC tuvo la oportunidad de acompañar a los músicos en sus jornadas de ensayos y su tiempo libre
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Para encontrarse con el concertino de cualquier orquesta, lo lógico sería aproximarse a un auditorio o lugar de ensayo. En cambio, nos acercamos hasta el Hotel Ilunion con zapatillas de deporte y una sudadera a las 7.00, que es la hora a la que ... sale a correr hasta el parque del Retiro. «Me gusta visitar la ciudad haciendo deporte, que en mi caso es correr. Conozco bastante las capitales de Europa por mi trabajo y necesitaba buscar algo más en ellas y creo que correr por Madrid, Londres o París durante las primeras horas del día es la mejor forma de conocer un lugar y experimentar mi relación con la ciudad. Es el mejor momento del día». Quien habla es Alessandro Tampieri, 'concertmaster' de la Accademia Bizantina. Este conjunto barroco, de Bagnacavallo, ciudad ubicada en la provincia de Ravenna, visitó la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid, en el marco del ciclo 'Universo Barroco' del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) y ABC tuvo la oportunidad de acompañarles durante su paso por Madrid. Tampieri comenzó a cantar con cinco años, no tocó el violín hasta los diez años y a los catorce se encontró con la música barroca. Cuando conoció a la Accademia Bizantina a los dieciséis. no quiso separarse de ella nunca más. «Era el integrante más joven del grupo cuando llegué y ahora soy uno de los más viejos», contaba entre risas.
Tampieri comenzó su día corriendo, mientras que la mayoría de los músicos lo hizo desayunando cerca del Auditorio Nacional. Y en cuestión de instantes, la pequeña sala de ensayos comenzó a llenarse de contrabajos, violonchelos y un laúd. El piano fue apartado a una esquina y sepultado bajo chaquetas, abrigos y fundas de algunos instrumentos que fueron colocando los artistas. El murmullo que había entre los músicos desapareció conforme el maestro Ottavio Dantone entró la sala y colocó sus partituras y se sentó al clave, situada en el centro de la sala. «Es necesario transmitir los mismos efectos, sentimientos y formas de expresión que había en aquel momento con la misma fuerza al público moderno de ahora», reconocía el maestro durante uno de los ensayos.

Uno de los objetivos que lleva grabada la Accademia Bizantina en las entrañas es demostrar que la música del barroco aún puede sorprender e impactar hoy en día con fuerza en el público actual. Pero para eso hace falta un maestro y una pequeña escuela que aprenda a interpretar las partituras del modo adecuado. Esta pequeña escuela está basada en el 'método Dantone'. Su sistema, moldeado por la continua investigación filológica, le permite leer partituras antiguas como si fuera un contemporáneo de la época, es decir, teniendo en cuenta prácticas y cánones interpretativos que entonces se consideraban implícitos y, por lo tanto, no escritos. «Hay que conocer muy bien las técnicas, los códigos, el lenguaje, los gestos de la época pasada para poder transmitirlo. En los últimos 30 años todo esto ha cambiado mucho porque todos los intérpretes tienen un mayor conocimiento de las técnicas de lenguaje de la época», aseguró el maestro.



Los músicos ensayaban 'Il Giustino', de Antonio Vivaldi y estrenada en el Teatro Capranica en la temporada de Carnaval de 1724. El maestro alzó una mano hacia los violines y con la otra señaló en su 'particella' un par de anotaciones. Le faltan manos para trabajar. Al mismo tiempo, miraba por encima de las gafas a algunos músicos mientras cantaba un par de compases. Los intérpretes estaban cansados, pero apenas se podía percibir porque interpretaban cada pieza con la misma energía que podrían emplear en el escenario. «La libertad se encuentra a través del trabajo y del pensamiento. En realidad es lo que define la identidad de una orquesta. Es un poco el 'modus operandi' que utilizamos. Tenemos que transmitir tristeza, alegría, rabia. Hay distintas formas, pero lo que hace distinto a los demás es el modo en que nosotros lo interpretamos. Y eso tiene detrás todo un pensamiento. Una reflexión previa», explicó Dantone. El maestro lanzó un par de indicaciones y los músicos lo captaron al segundo. Tienen un mismo respirar y un mismo sentir hacia la música barroca. Se percibía al ver el asentimiento conjunto a las explicaciones de Dantone.
Una vez terminado el ensayo, los músicos se movían por la zona del Auditorio para encontrar un bar para comer. Fue en un lugar así precisamente donde nació la Accademia Bizantina. Eran principios de los 80 y tres compañeros del conservatorio se reunieron para tomar un café: Angelo Nicastro, violista y actual director del Festival de Rávena; Romano Valentini, pianista, organista y clavecinista, además de director general de la orquesta en los años 90 y 2000; y Luciano Bertoni, un excelente violista. Decidieron convocar a los mejores estudiantes del Conservatorio de Rávena y, en 1984, junto con el violonchelista Paolo Ballanti y el violinista Paolo Zinzani, fundaron la asociación Accademia Bizantina. Ottavio Dantone entró a formar parte del equipo poco después. Si hay algo que diferencia este conjunto del resto de grupos barrocos es el empeño por la retórica y el estudio del lenguaje de la época, que les ayuda a interpretar las partituras yendo a la raíz y acudiendo al origen. Hay quien se queda en las notas de las partituras, pero ellos van mucho más allá. «Llevo más de 40 años trabajando y estudiando estos códigos barrocos, pero nunca son suficientes. Nunca se deja de estudiar y la música digamos que está ligada a la retórica. Es un poquito como la retórica clásica. Es necesario conocer todas las posibilidades que te permite esa retórica, porque todas ellas pueden ser plausibles. Cuanto más las conozcas mejor interpretas. Todo tiene un significado», reconocía Dantone mientras se desplazaba a buscar un lugar donde comer y descansar.



Los artistas regresaron por la tarde al auditorio para ensayar, esta vez con los cantantes. Y entre todo el conjunto, había una violinista que miraba a Dantone con profunda admiración. Es Ana Liz Ojeda, el segundo violín principal del grupo. Esta chilena escuchaba los discos de la Accademia Bizantina en su casa desde bien pequeña. Si en ese momento le hubieran confirmado que un futuro formaría parte del conjunto, jamás lo hubiera creído. «Eran un mito para mí. Encontrarme con una orquesta italiana como esta, un grupo que has escuchado en los discos desde pequeña era impactante. Era para ponerse muy nerviosa», reconocía. El maestro corrigió a músicos y cantantes con un convencimiento inaudito. Y de nuevo, los intérpretes asentían convencidos. El viento hacía retumbar la sala de ensayo mientras que la cuerda elevaba la mirada de Dantone al cielo, que hacía gestos con los brazos. «¡Viva Giustino!», gritaban los músicos mientras reían y al mismo tiempo guardaban la compostura al seguir tocando la pieza. Tras dieciocho años formando parte de la Accademia, Oceja aseguraba que todo ha evolucionado mucho salvo un aspecto. «La acogida y el sentir humano de los músicos siempre ha sido el mismo. Mi primer encuentro con ellos fue en un aeropuerto para ir a un gira y fueron cariñosísimos». Cuando llegó, Oceja no era la principal de los segundos violines. «Era la última porque fui la última en llegar, pero he podido crecer y desarrollarme con ellos».

Tras una jornada intensa de trabajo, los artistas salieron a tomar el aire y emplear su tiempo libre para visitar la ciudad o descansar. La vida de una orquesta es extraña. Hay quien prefiere seguir estudiando y no perder la concentración en estos días intensos. Sin embargo, la experiencia y veteranía ayuda a soltarse en la ciudad. «Estamos acostumbrados a girar mucho, es verdad que el tema de la acústica en los auditorios era un tema más complejo cuando era más joven, pero ahora no, estamos acostumbrados. Me gusta muchísimo estar de gira. Cuando estoy parado en mi casa por quince días tengo la necesidad de hacer esto», reconocía Tampieri. La Accademia Bizantina realiza pequeñas giras todos los meses, de modo que muchos de los músicos viven con parte de su ropa guardada en casa y la otra parte dentro de una maleta. «Las giras no son fáciles. Son muchos viajes y hay que desplazarse mucho en tren, avión, autobús… Lo más fácil y lo que menos agota es el momento de la prestación artística, del ensayo y del concierto. No es agotador, todo lo contrario, nos nutre». «Hay algunos que comen, bueno muchos. Les encanta probar todas las especialidades de los lugares a los que van», aseguraba la violista Alicia Bisanti entre risas, aunque reconocía que el descanso es fundamental. «Hay que estar en forma, es algo clave en nuestro trabajo, pero sobre todo, la gira es una opción para crear y afianzar las relaciones».

Durante el día del concierto, los músicos se enfrentan a un pequeño ensayo acústico antes de salir a escena. El maestro daba las últimas indicaciones mientras algún músico terminaba de afinar sus instrumentos. Entre ellos, hay una violista que no ha parado de sonreír desde que aterrizaron en Madrid. Es de nuevo Alicia Bisanti. Lleva casi 20 años en el conjunto y es consciente de la unión que hay entre los músicos y que se transmite al público. «Tenemos el mismo modo de sentir la música, que sigue siendo actual porque los sentimientos han quedado intactos, simplemente el lenguaje ha evolucionado en el tiempo», reconocía.

Quedan minutos para que comience el concierto. Mientras algunos músicos dormían una pequeña siesta en la cafetería escondida tras la Sala Sinfónica del Auditorio, otros planchaban sus camisas y poco a poco iban apareciendo con sus instrumentos. Hay de nuevo un mismo sentir y respirar antes del concierto. La Accademia Bizantina va más allá de la música barroca, es casi un modo de vida, un modo de concebir el sonido y trasladarlo al público. «Hay que transmitir el lenguaje tal cual era al público sin imponer tu gusto personal como intérprete y al mismo tiempo no solamente hay que conocer el instrumento antiguo para tocar, sino también conocer ese lenguaje y la retórica de la época para poder llegar al oyente actual», aseguraba Dantone con convicción. Algo que también comparten los músicos. «Dantone para mí es como un padre. Nos inculca un lenguaje en común que yo y que todos nosotros hemos aprendido de él. Yo lo digo claramente porque en todos estos años de vida y experiencia tocando con él he aprendido más que en treinta años de profesión. Es un lenguaje que no se me hace difícil ni comunicarlo ni transmitirlo. En ocasiones hasta me veo hablando como Dantone. Por eso creo también que se reconoce el sonido de la Accademia Bizantina».
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