PANTALLAS
La obsesión cinematográfica por Nueva York
FUERA DE CAMPO
A propósito de la Feria del Libro, que ha elegido a la Capital del Mundo como eje, el corresponsal de ABC enfoca el aura inabarcable de esta ciudad tan filmada, una sucesión de postales magníficas
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«Es como estar en una película». Los turistas que vienen a Nueva York dicen muchas tonterías —«me he comido la mejor pizza de la ciudad», «fuimos a una misa gospel muy auténtica»— pero esta no es una de ellas. Uno a veces no sabe ... distinguir la ciudad del plató. Los encuadres cinematográficos se amontonan. La columna de vapor que sale en una alcantarilla de un paso de cebra en la Sexta Avenida, con una brea parcheada, tercermundista, que pisan los ‘stilettos’ de una señora. Los rascacielos que se mueven como figuras planas de un guiñol cuando bajas a toda velocidad el puente de Manhattan.
La muchedumbre húmeda que cruza la calle 34 sin tocarse, en una coreografía perfecta y caótica, una tarde de verano. La pelea a gritos de una pareja en una escalera de piedra de una calle deliciosa del West Village. El reflejo de una hilera ‘brownstones’ de Brooklyn en el charco que crea un surtidor de agua donde se bañan los niños.
¿Son cinematográficas porque lo son o porque nos recuerdan a alguna película? Imposible saberlo. Pero la realidad es que Nueva York es una fuente inagotable de inspiración y escenarios para el cine y las series. Ella misma alimenta sus propios mitos, no importa cuánto haya de verdad en cada uno de ellos.
Es probable que ninguna película retrate de forma exacta la vida de ningún neoyorquino
La gran pantalla —y la pequeña también— fija esos mitos, los cimenta. Desde King Kong encaramado al Empire State a Carrie Bradshaw encaramada a unos tacones. A veces, lo hace de manera esplendorosa, como en el arranque de ‘Manhattan’, de Woody Allen, con la música de ‘Rhapsody in Blue’ de George Gershwin. En blanco y negro, es, a la vez, una carta visual de amor a la ciudad, una sucesión de postales magníficas, muchas reconocibles incluso para quienes nunca pusieron un pie aquí; pero, también, una mirada irónica a la obsesión —una de las maestrías de Allen— por Nueva York. «Adoraba a Nueva York, la idolatraba de una manera desproporcionada», se oye al director y actor en ‘off’.
La obsesión de los visitantes por Nueva York, azuzada por las películas, a veces se materializa de formas menos elegantes que en esos casi cuatro minutos de maravilla cinematográfica. Muchos hacen cola en el invierno fuera de Katz’s para comerse un bocadillo de pastrami grasiento, como en ‘Cuando Harry encontró a Sally’ (los más desatados se atreven incluso con la recreación del orgasmo).
Otros peregrinan al insulso ‘edificio de Friends’ para la foto, pese a que es difícil imaginar un Nueva York más falso que el que aparecía en la popular serie de televisión (lo que sí vale la pena es Little Owl, el restaurante que hay en los bajos; y lo que sí vale dinero es Sushi Nakazawa, un japonés a la vuelta de la esquina, regentado por alguien fue aprendiz de Jiro, de ‘Jiro Dreams of Sushi’, pero esa es otra película). Los hay que quieren tocar el piano de ‘Big’ en la juguetería FAO Schwartz —lo cambiaron de lugar— o tomar un café y un croissant delante de Tiffany, como Audrey Hepburn.
Capturar el 'alma' de la ciudad
Son intentos torpes de capturar el ‘alma’ de la ciudad, de llevártela a casa en una foto, de asociarte a ella en una publicación en Instagram. Pero lo que de verdad ha construido Nueva York desde el cine no se atrapa con facilidad. La violencia, los códigos urbanos, la culpa y redención, o la formación de una sociedad corrupta en las películas de Martin Scorsese, desde ‘El padrino’ a ‘Goodfellas’. O en ‘Érase una vez en América’, de Sergio Leone. O en ‘The French Connection’, de William Friedkin. La neurosis colectiva agregada en las películas de Allen.
Las muchas escenas ‘underground’ de la ciudad en las décadas de los setenta, ochenta y noventa, antes de quedar en buena parte domesticada o fosilizada en algún garito del East Village: ‘Taxi Driver’ —otra vez Scorsese—, que era la crudeza de Nueva York; la escena artística a la que expulsaron los precios inmobiliarios, con ‘Downtown 81’ o ‘Basquiat’, alrededor de la misma figura; la ventana abierta a la escena LGBTQ de ‘Paris is Burning’; o el ímpetu inicial del ‘hip hop’, la gran creación cultural urbana de Nueva York, en ‘Wild Style’.
O la nada ‘underground’, pero con la misma crudeza a flor de piel, cultura de Wall Street y de los ‘yuppies’ de los ochenta de ‘American Psycho’. O los retratos certeros del Nueva York que no es Manhattan, desde el Bronx de ‘Toro Salvaje’, de, una vez más, Scorsese, que por algo es neoyorquino y conoce bien el paño; al Brooklyn de otro neoyorquino, Spike Lee, con ‘Do the Right Thing’, entre otras películas.
El recorrido por películas y series sería interminable. ‘West Side Story’, ‘El apartamento’, ‘El grupo’, ‘Metropolitan’, ‘Frances Ha’ o incluso la oscarizada de este año ‘Anora’ y cientos más. Es probable que ninguna de ellas retrate de forma exacta el Nueva York de ningún neoyorquino. Es seguro que muchas se acercan más que otras.
En este apartado, mención honorífica para dos series modestas: ‘High Maintenance’, quizá el mejor retrato del Brooklyn de la década pasada, en la que los repartos de un camello de marihuana son una excusa para abrir una ventana al tejido humano de un lugar y un momento. Y ‘How To with John Wilson’, una deliciosa serie documental que se fija exactamente en lo que desprecian quienes se empeñan en fijarse solo en los mitos.
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