PUES DICES TÚ
Una mujer muy valiente
Las dos personas normales se pasean por la Feria del Libro —grande, pero no tanto— de una ciudad —grande, pero no tanto— que no es la más bonita del mundo, pero que no está nada mal
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Las dos personas normales se pasean por la Feria del Libro —grande, pero no tanto— de una ciudad —grande, pero no tanto— que no es la más bonita del mundo, pero que no está nada mal. Como hace sol —pero no tanto—, la gente brota ... del suelo y se desparrama por las vías abiertas entre las casetas adosadas, obedeciendo patrones que sólo la mecánica de fluidos sabría explicar.
La primera persona normal dice:
—¿Tú crees que toda esta gente lee?
—No, claro. Esta gente es normal.
—Y, entonces, ¿para qué viene?
—Pues para lo que tú y que yo.
—Y tú y yo, ¿para qué venimos?
—Venimos porque se viene; a la Feria del Libro se viene. Y a la Feria del Barro. Y a los belenes. Y a las procesiones. Y a todo.
—Ah, ya…
Las dos personas normales esquivan familias enteras que bien podrían estar de safari. Un padre de sonrisa indulgente deja que su hijita elija libro, aunque le palmea la mano en cuanto le ve levantar un tebeo. La niña bufa y lo intenta otra vez.
—Y todo esto —dice la primera persona normal—, ¿no lo tienen en las tiendas?
—¿Cómo que si no lo tienen en las tiendas?
—¿No está en las librerías? ¿No lo venden todo el año?
—Pues digo yo que sí.
—Y ¿por qué viene aquí la gente?
—Por el descuento será. O por salir de casa, que no es poco. O por las cosas que sean, porque, para comprarte un libro, ya puedes tener razones, ya; no es como comprarte un bizcocho, que eso sale solo. Y por estar, ya te lo he dicho.
—Es verdad, que ya lo has dicho...
En una caseta cercana, una autora muy guapa que da las noticias de la noche firma una novela muy buena de una mujer muy valiente, muy adelantada a su tiempo, que se enamora de un guardia civil muy bueno, en un pueblo extremeño, en el 38 o así, hasta que resulta que la vida, que es muy cruel, los separa.
La segunda persona normal señala a la autora, sin discreción.
—Qué guapa. Yo a esa la conozco.
—Toma, y yo.
—No sabía que escribía.
—Pues ha escrito una novela de una mujer muy valiente, muy adelantada a su tiempo, que se enamora de un guardia civil muy bueno, en un pueblo extremeño, en el 38 o así, hasta que resulta que la vida, que es muy cruel, los separa.
—¿Y por qué los separa?
—La vida es así. Separa cosas.
—Y ¿por qué es bueno el guardia civil?
—Será una excepción. Será el único guardia civil bueno en un pueblo con muchos guardias civiles malos; y por eso sufrirá la mujer, que por eso será tan valiente y tan adelantada a su tiempo, y tan idealista.
—Lo de idealista no lo habías dicho.
—Pues es idealista seguro. Y muy echada para delante, pero muy sensata. Y seguro que el amor es secreto y con muchos sufrimientos, que seguro que es lo que le da la calidad al libro. Y seguro que la escritora en realidad está hablando de su abuela, y hace como que la nieta, que en realidad es ella, se encuentra unas cartas en el desván y empieza a tirar del hilo, a tirar del hilo... Y seguro que la novela va de eso.
—Pues qué buena pinta, ¿no?
—Sí.
—¿Te la compro?
—Ni se te ocurra…
Las dos personas normales siguen paseando a sus anchas. A veces cogen un libro, lo ojean un poco por detrás y lo devuelven al sitio. (Los libreros reaccionan de múltiples modos: hay quien sonríe con deportividad, hay a quien le da rabia que no haya que comprar todo lo que se toque).
—Pues dices tú —dice la primera persona normal—, pero yo no escribo porque no quiero.
—Lo mismo me pasa a mí.
—Ya, ya, pero yo lo digo en serio.
—No. Si yo también lo digo en serio.
—Pero yo de verdad, te estoy diciendo. Si tuviera tiempo y ganas, haría una saga muy buena de una mujer muy valiente que se separa de su marido en lo mejor de la vida, después de muchísimos años, y se va a la India a encontrarse a sí misma.
—Esa misma haría yo.
—Y luego saldría por la tele y hablaría de los famosos.
—¿La mujer valiente?
—No. Yo.
—Ah, ya. Muy bien pensado. Así te hinchabas a firmar.
Las dos personas normales se topan con una cola interminable que da dos vueltas a la Feria (algunos saltan de fila en fila aprovechando el despiste general).
—¿Quién estará firmando?
—Ni idea. Será Reverte Reverte. O Juan González-Jurado. Esos hacen libros de espadachines y de espías y de barcos, y se forran a vender.
—A mí me gustan los espadachines.
—Y a mí.
—Y los barcos, si son antiguos. Y las pistolas. Y las conspiraciones.
—No, no, si a mí también; igual que a todos esos, míralos; mira qué contentos van, haciendo amigos de cola. Y, luego, mira a ese señor…
A dos casetas de distancia, un escritor delgadísimo y muy respetado que acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía habla mucho con la librera porque nadie ha ido a verle. Es fácil imaginárselos jóvenes, fumando negro, con chaleco y fular, dispuestos a cambiar el mundo a la de tres.
—¿Les traemos agua?
—No digas maldades.
—Si no es una maldad, es que hace calor. A qué habrán venido, pobres…
—La librera ya estaba, me parece.
—¿Está siempre ahí?
—No creo. Saldrá sólo en primavera.
—¿Y por qué habrá venido el señor?
—Pues por lo que tú y que yo. Por estar, ya te lo he dicho. Hay que venir para estar.
La primera persona normal asiente, como si una frase tan simple encerrara una verdad profunda. Alza la mirada y dice:
—Qué guapa la de las noticias
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