Desde la orilla
Tan pocas obras maestras
«Como la cultura ya no es costumbre, necesitan convertirla en acontecimiento»
Demasiadas obras maestras

Como cada vez leemos menos, vemos menos cine y vamos menos al teatro, ya solo queremos encontrarnos obras maestras cuando lo hacemos: necesitamos una razón de mucho peso para levantar la mirada de la pantalla, que siempre es fiesta y además es gratis y quema ... el tiempo (bueno o malo) como si fuera papel de fumar. Por lo visto, hace falta algo como 'El padrino' para superar a ese vídeo de un quiropráctico afincado en Dallas que cura en veinte segundos a un veterano de guerra que lleva más de trece años con dolor de cuello. O ese otro de la joven que reforma su casa con sus propias manos, y luego la decora, y luego vive en ella como si fuera una Kardashian de pueblo. Hace falta 'El padrino' o, por lo menos, una superproducción de cientos de millones de dólares. Algo grande. Algo que puedas contar, que te permita decir: yo estuve allí.
Hay quien ya solo compra una entrada cuando le prometen el cielo. Y que si abre un libro es porque confía en poder presumir de haber leído el libro del año en cuanto lo termine. Como la cultura ya no es costumbre, necesitan convertirla en acontecimiento, y así, me parece, se está muriendo el placer de leer por leer, de ver por ver, de ir al teatro como quien queda con un amigo y hacer lo mismo con el cine; el placer de hacer todo esto sin esperar nada grande, nada inmenso a cambio. Tan solo la dulce satisfacción que producen los ritos propios. Y acaso una frase redonda, una imagen bella, algo que active una epifanía íntima, pequeña, de esas que solo te pueden pillar por sorpresa, igual que el primer día de calor en Madrid.
En 'Los yugoslavos', Juan Mayorga escribe sobre el silencio que nace entre dos personas, marido y mujer, un silencio repentino, en principio incomprensible. De pronto, en un flashback, ella cuenta que entre las dos Coreas hay una zona desmilitarizada de seis kilómetros de ancho, tres a cada lado de la frontera, donde nadie pone un pie desde la guerra. En ausencia de los hombres ha crecido allí un vergel extraño, único, como su fauna. Pero es un terreno minado: si un hombre lo pisa saltaría por los aires.
En fin, hay despedidas que son jardines, y reencuentros que explotan, y hallazgos que solo se producen cuando no buscas nada. Cuando no le pides a todas las obras que sean maestras.
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