El extraño (y rentable) silencio de Armstrong, Aldrin y Collins nada más regresar de la Luna
Durante semanas, los tres famosos astronautas que llevaron al hombre a pisar nuestro satélite por primera vez evitaron cualquier entrevista al regresar a la Tierra y «esquivaron las preguntas de los periodistas, haciendo gala de un desesperante mutismo»
El inventor español del traje espacial que rechazó a la NASA porque esta no quiso usar la bandera de España

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Nada más terminar la cuarentena obligatoria tras regresar de la luna en julio de 1969, Neil Armstrong comenzaba así el artículo que ‘Blanco y Negro’ publicó en exclusiva: «Cuando fuimos asignados a este vuelo en enero pasado, nuestra meta parecía casi imposible. Había muchas incógnitas, muchas ideas sin demostración previa, muchas dificultades sin precedentes. El módulo lunar no había volado nunca y había muchas cosas relacionadas con la superficie lunar que no sabíamos. Faltaba probar si era posible comunicar simultáneamente la Tierra con los vehículos en el espacio. Sinceramente, en aquellos momentos abrigaba la sospecha de que era improbable que el Apolo 11 pudiera efectuar el primer vuelo de alunizaje».
En otro reportaje de este mismo número firmado por Buzz Aldrin
, el astronauta plasmaba sus propias dudas: «Siento curiosidad por saber cuánto durarán esas huellas sobre la superficie de la Luna». Y, más adelante, reflexionaba: «Aquel ambiente era único, casi místico. Neil y yo somos personas muy reticentes a dejarnos llevar por los sentimientos. En contraste con esa actitud, hubo un momento en la Luna en que nos miramos el uno al otro, nos dimos unas palmadas en el hombro y nos dijimos: ‘Lo hemos logrado. Esto es un gran espectáculo’. No creo que haya habido nunca una pareja de personas más separadas físicamente del resto del mundo que lo que estuvimos nosotros».
Estos dos reportajes publicados el 23 de agosto de 1969, más otro en el siguiente número del suplemento obra de Michael Collins, tercer tripulante de la histórica misión del Apolo 11 que puso al hombre por primera vez en la Luna, fueron calificados como «la exclusiva periodística más sensacional de todos los tiempos». ABC la adquirió para España por una «cantidad millonaria» que nunca llegó a desvelar, junto a la revista ‘Time’ (Estados Unidos) y los periódicos ‘Daily Mail’ (Gran Bretaña), ‘France-Soir’ (Francia) y ‘L’Europeo’ (Italia).

La cooperativa
La razón del negocio ‘espacial’ la explicaba también este diario: «No todo el mundo sabe que los 55 astronautas norteamericanos y las viudas de los ocho compañeros muertos en otras misiones han fundado una especie de cooperativa que ha vendido la exclusiva de los derechos de reproducción de textos relativos a sus viajes. Este contrato veta a los hombres del espacio todo tipo de entrevistas, salvo una breve conferencia en la que que, como ha recogido repetidamente la prensa, los astronautas esquivaban la mayor parte de las preguntas y hacían gala de un desesperante mutismo. La razón de su silencio no es otra que este contrato. Y hoy, concluida la cuarentena, he aquí cómo vivieron la aventura más grande de la historia».
Ahora sí, Armstrong relataba por primera vez, y con todo detalle, cómo vivió la que podría considerarse una de las jornadas más importantes de la historia de la humanidad ante un mundo fascinado por la hazaña, cuyo momento culminante pudo seguir por televisión. Sin embargo, muchos detalles se quedaron fuera de lo retransmitido por la pequeña pantalla: «El día del alunizaje fue largo y muy ajetreado. Aquella mañana nos levantamos a las 5.30 de la mañana y no tocamos suelo hasta las 3.20 de la tarde hora de Houston. Había mucho que hacer en cada uno de los minutos de aquel día».
En aquel tiempo de espera se vivieron momentos de miedo como este contado por Armstrong en ABC: «Alrededor de los 30.000 empezamos a tener dificultades con el computador. Cuando este no marcha bien, enciende una luz de alarma y un número. Habíamos simulado gran variedad de alarmas antes del vuelo. Para las más predecibles nos aprendimos de memoria ciertos recursos. Para las más complejas escribimos notas en tarjetas que sujetamos en el panel, pero aquella no era ninguna de la habíamos previsto ni de las que habían surgido en nuestros simulacros».

Seguro de vida
Durante las semanas anteriores a la publicación, con el contrato ya firmado, ABC continuaba ofreciendo datos acerca de la intrahistoria del acuerdo al que los astronautas habían llegado con los periódicos más prestigiosos del mundo y la polémica que se había generado por ello:
«Esta pintoresca ‘apropiación’ en una empresa nacional como es la conquista del espacio llegó, incluso, a conmover al Congreso de los Estados Unidos, que intentó tomar cartas en el asunto. Pero el alto Cuerpo Legislativo nada pudo hacer. La razón era que, al margen de los beneficios obtenidos por la citada cooperativa, la compañía Time-Life [editora de la revista ‘Time’] ofrecía a los astronautas un seguro de vida por 100.000 dólares (unos 7.000.000 millones de pesetas). Un seguro cuyas primas, por lo arriesgado de sus misiones, eran tan elevadas que, si las hubiera tenido que pagar la NASA, habría recargado aún más el ajustado presupuesto espacial. El Congreso norteamericano tuvo que conformarse así con que Time-Life, al correr con los gastos, obtuviera la exclusiva».
Por eso, añadía el mismo anuncio, «en la hora en que el mundo mira hacia las estrellas, ‘Blanco y Negro’ tiene el orgullo de proclamar que es la única publicación española en la que aparecerá la gesta del Apolo 11 contada por sus propios protagonistas». Así, en las más de quince páginas que ocuparon los tres relatos, Armstrong, Aldrin y Collins fueron contando con todo detalle cómo solventaron los problemas que se les fueron presentando y cómo se sentían en cada momento durante su gesta.

«Hacía mucho frío»
Así recordaba Aldrin otro de los momentos más difíciles: «Antes de poner el pie en la luna dormimos mal [...]. Pero lo que realmente nos mantuvo despiertos fue la temperatura. Hacía mucho frío allí. Unas tres horas después llegó a ser insoportable. Podríamos haber levantado las pantallas de las ventanas y dejar entrar la luz para calentarnos, pero ello habría eliminado cualquier posibilidad de dormir que nos quedase».
Collins, por parte, confesaba al inicio de su artículo que, «de todas las cosas que vi en aquel viaje, y que raramente tienen el privilegio de ver los ojos humanos, lo más maravilloso fue ver al módulo lunar subir desde la superficie de la Luna, porque por primera vez me di cuenta de que había logrado su objetivo de alunizar y despegar». Y lo concluía con una reflexión más propia de una novela de ciencia ficción firmada por Isaac Asimov, Philip K. Dick o Ray Bradbury, pero en la que no había ficción:
«Prefiero la gente que a maquinaria, pero hay ocasiones en que los objetos fríos e inanimados merecen nuestros afecto, consideración y estima, reservadas corrientemente a la carne y la sangre. El 24 de julio fue una de esas ocasiones, y la nave Columbia es una de esas máquinas. Nos había llevado a través de un vacío oscuro y hostil hasta un planeta extraño y después nos trajo de vuelta, depositándonos serenamente, casi afectuosamente, en las más azules de las azules aguas. No pareció un acto justo abandonar su descortezado caparazón sin ceremonia alguna, tirado y olvidado, sin tratar de distinguirlo y ponerlo aparte. Aquella noche volví a trepar a bordo y, bolígrafo en mano, permanecí de pie ante la estación de navegación, contemplando la vacía cavidad gris. No encontré palabras lo bastante elocuentes para describir mis emociones, pero escribí estas palabras: ‘Nave espacial 107, alias Apolo 11, alias Columbia. El mejor navío que se botó al espacio. Dios lo bendiga’».
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